viernes, 18 de diciembre de 2015

Proyección internacional de las culturas hispanas: lengua literaria y globalización*. Por Consuelo Triviño. Madrid, Diciembre 10, 2015

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Proyección internacional de las culturas hispanas: lengua literaria y globalización*

Por Consuelo Triviño 



Madrid, Diciembre 10, 2015

* Ponencia presentada durante el II Encuentro Internacional sobre "Los retos del hispanismo en la era de la globalización", Madrid, Dic. 10 y 11, 2o15. El acto tuvo lugar en el Centro Asturiano de Madrid.

El hispanismo en un mundo global solo puede asumirse a partir del reconocimiento del multiculturalismo. Pero ¿qué entendemos por ‘hispanismo’ en un contexto global? Veamos la definición que en 1970 ofrecía el diccionario de la RAE: «afición al estudio de la lengua y la literatura españolas y de las cosas de España».
Esta definición cambia en la edición de 1984: «afición al estudio de lenguas, literaturas o culturas hispánicas». El plural, en este caso, modifica cuestiones de fondo: asume el enfoque multicultural de los estudios hispánicos. La pregunta es si el concepto abarca las distintas lenguas y culturas de la Península, y si incluye a los países hispanoamericanos. También debemos preguntarnos si se tiene en cuenta a quienes escriben en lengua española aunque pertenecen a un ámbito cultural no hispánico, en países como Marruecos, Filipinas o Guinea Ecuatorial.

¿Deberían formar parte de los estudios hispánicos los escritores marroquíes que desde comienzos del siglo XX ofrecieron su visión de la historia de España, de sus relaciones con Marruecos, y lo hicieron en lengua española? ¿Qué lugar ocupa la producción intelectual de autores como Abdellatif Limami y Abderrahman El Fathi, o los poetas y narradores como Aziz Amhjour y Mohamed Bouissef Rekab? ¿Deberían pertenecer al corpus de la literatura en lengua española los escritores de Guinea Ecuatorial como Esteban Bualo, Andrés Ikuga Ebombebombe y Constantino Ocha'a cuya literatura arraiga en la tradición oral de su país, pero se escribe en español? ¿Dónde situar la primera novela de Guinea Ecuatorial Cuando los combes luchaban (de Leoncio Evita (Udubuandyola, Bata, 1929-), editada en 1953?

 Consuelo Triviño Anzola, Antonio M Mansilla y el hispanista marroquí Abdellatif Limami.
Al fondo, retrato del rey Felipe VI del pintor Juan Gomila

Dejo abiertas las preguntas para volver sobre la complejidad de los términos ‘hispanismo’ e ‘hispánico’, que cambian según el contexto en el que se utilizan.

Como sabemos, un sector de la sociedad americana prefiere la denominación de Latinoamérica a Hispanoamérica. La tensión por el uso de uno u otro término se agudizó con la producción de textos oficiales a propósito de la celebración del V Centenario del Descubrimiento de América en las décadas de los ochenta y noventa del siglo XX. Los políticos llegaron a un consenso y se optó por el término inclusivo ‘Iberoamérica’, que tenía en cuenta la relación de Portugal con Brasil y la realidad geográfica de un país vecino de ámbito lingüístico portugués, pero de afinidades culturales indiscutibles.


Asimismo, quisiera recordar las polémicas de los años veinte del siglo pasado cuando los pensadores hispanoamericanos influidos por las vanguardias vuelven los ojos sobre el continente americano y, en su revisión de la historia, se centran en el conocimiento de las culturas indígenas sometidas por siglos de hegemonía colonial. Para algunos, como el socialista José Carlos Mariátegui, el nombre de América debería ser Indoamérica. Con ello marcaba la diferencia respecto a la tradición hispánica que ligaba a un pasado colonial opresivo. En Hispanoamérica, los sectores ideológicamente más radicalizados en la actualidad asocian la abusiva intervención de los mercados globales a estrategias neocolonialistas del pasado. En este contexto el término ‘hispanismo’, o ‘hispánico’, adquiere connotaciones negativas.


Veamos qué sucede en el ámbito académico con la noción de hispanismo, que el siglo XIX se consideraba una disciplina académica dedicada al estudio de la cultura española y de su literatura. Dámaso Alonso lo redefine, cuando se dirigió a los hispanistas en un encuentro de la Asociación Internacional de Hispanistas en 1965 (Perspectivas del hispanismo actual):


«El hispanismo es ante todo una posición espiritual, una elección de lo hispánico como objeto de nuestros trabajos y también de nuestro entusiasmo, de nuestra ardiente devoción. En unos, en los que somos hispánicos, es una inclinación bien fácil de comprender; pero en vosotros los no hispánicos, es ya una selección en la que tuvo que haber un cotejo y aun forcejeo de culturas que os querían atraer para sí».


Sin embargo, la construcción de lo hispánico por parte de los extranjeros nunca estuvo a salvo de tópicos y prejuicios. Las observaciones de los viajeros europeos por España, ofrecían una imagen pintoresca del país que se sustentaba en los mitos de la literatura del Siglo de Oro. España fue para los románticos un país de pasiones brutales, como en el drama Carmen de Merimée.
De la misma manera, la imagen de Hispanoamérica que dominó en la escena internacional fue la de literatura que se inscribe dentro de la corriente del realismo mágico que subraya la preponderancia del mito sobre la historia, el primitivismo, el atraso y provincialismo de las culturas americanas. Como escritora colombiana en España, a mi llegada a este país comprobé de qué manera esta corriente abarcaba todo lo que se entendía por hispanoamericano. Hasta hace unas décadas no se tenían en cuenta las variedades regionales del continente. El conocimiento de la diferencia y la pluralidad americanas motivó una mayor profundización de los estudios hispánicos. Es verdad que su apoyo teórico han sido loscultural studies, tan de moda en el ámbito anglosajón. Desde esa perspectiva empezaron proliferar trabajos del tipo: literaturas del caribe, literaturas andinas, literaturas orales, literaturas del Río de la Plata, etc.


Hoy no se podría reducir el concepto de hispanismo a los estudios lingüísticos y literarios de España, ya que su realidad política, multilingüe y multicultural exige nuevos enfoques. Obliga a pensar en países multiculturales y multilingües, a la vez, los que conforman un universo de 500 millones de hablantes, que incluye a los hispanos residentes o nacidos en los Estados Unidos. De este universo no podrían quedar fuera escritores de distintas nacionalidades que han escrito en lengua española.


La lengua española como elemento de cohesión fue previsto sabiamente por Andrés Bello en el momento fundacional de las jóvenes repúblicas independientes a principios del siglo XIX. Negar la eficacia histórica de este potencial no sería sensato, ni siquiera operativo, de modo que lo hispánico adquiere peso como lengua común y punto de encuentros de países y culturas diversas. La intelectualidad de finales del XIX y principios del XX, tanto en España como en Hispanoamérica, así lo entendió. Pensemos en el ensayo Ariel del uruguayo José Enrique Rodó, de quien se cumple el centenario de su muerte en 2017, muy próximo al de Rubén Darío que falleció en 2016. Se trata de dos figuras clave en la consolidación de la lengua española y en la afirmación de lo hispánico como una manera de sentir, de identificarse con otros, pero también de diferenciarse. A quienes se empeñan en separar la literatura española de la literatura hispanoamericana debemos recordarles la necesidad de asumir la universalidad de la literatura y la diversidad de una lengua que, al lado de Cervantes, se ha visto enriquecida por García Márquez y Jorge Luis Borges. Y es que la marginalidad a la que se reducen una literatura escrita en un contexto cultural no hegemónico también es sentida por ciertos escritores en lengua inglesa de países como La India, por ejemplo. La literatura escrita en lengua inglesa fuera del ámbito de las metrópolis se designa como “literatura de la comunidad inglesa”, concepto que el novelista anglo-hindú Salman Rushdie, en Patrias imaginarias, considera paternalista porque, a su juicio, separa y aísla la literatura escrita por personas que no son ingleses blancos, o irlandeses, o ciudadanos de los Estados Unidos de América.


Por tanto, no podemos ignorar la importancia del hispanismo marroquí que destaca desde finales del siglo XIX y principios del XX. Lahsen Mennum es autor de crónica en castellano acerca de la visita de una representación diplomática española en Fez apareció en El Imparcial, 24 de mayo de 1877 y que constituye un punto de partida para quienes en este país escriben en castellano, como, entre otros, Muhammad Bentawit.

En la era de globalización y de multiculturalismo suceden encuentros entre personas de diferentes grupos sociales que cuestionan y re-definen lo que se considera como tradicional y como identitario, motivando que la gente busque la autenticidad. Esta tendencia no debería soslayar la universalidad como valor en el arte y en la literatura, que no es exclusiva solo de la cultura occidental.
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Tomado por NTC ... del blog de la escritora: 

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En el Centro Asturiano de Madrid **
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los días 10 y 11 de diciembre, expertos de Italia, Marruecos y España se reunirán durante este Encuentro para debatir relevantes cuestiones de actualidad. El evento está organizado por el Fórum Intercultural y el Ministerio de Asuntos Exteriores, con la colaboración de las Universidades de Rabat, Oujda, Extremadura y Siena, el Instituto Italo-Latinoamericano de Roma y el Centro Asturiano de Madrid.
Entrada libre para los socios, previa inscripción en nuestra secretaría.
Programa completo: 

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miércoles, 16 de diciembre de 2015

Tuluá y sus libros. POR ÓMAR ORTIZ FORERO. EL TABLOIDE, TULUÁ, 15 DICIEMBRE, 2015

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Tuluá y sus libros

POR ÓMAR ORTIZ FORERO
 Imágenes integradas 1
EL TABLOIDE, TULUÁ,  15 DICIEMBRE, 2015  HTTP://WWW.ELTABLOIDE.COM.CO/TULUA-Y-SUS-LIBROS/

No son pocos los libros que se han escrito sobre Tuluá y sus gentes, sin tener en cuenta las obras ficcionales que tienen a Tuluá por epicentro y donde Gustavo Álvarez Gardeazábal se ha encargado de convertir la ciudad en un espacio mítico donde sus personajes nacen, aman, odian y mueren, la lista de obras de historia, ensayo, fotografía, periodismo, variedades que tienen a la ciudad por protagonista es prolija.

Joaquín Paredes Cruz editó con Guillermo E. Martínez en 1946 su “Tuluá, historia y geografía”, repitiendo en 1989 con “Tuluá 350 Años, 1639-1989” y en 1995 con “Tuluá, ayer y hoy”. José Hugo Ochoa publica en 1985 “Agua de pizarra”.
La Cámara de Comercio en 1993, edita un cuadernillo de estadísticas sobre la ciudad, “Tuluá, hoy”.
En 1982, varios autores recogen en “Tuluá” ensayos sobre la vida cultural, intelectual y artística de la ciudad. Oscar Londoño Pineda, que ha dedicado buena parte de su vida a recoger la memoria de la ciudad, lleva por lo menos siete tomos de su “Tuluá, versión personal”.
Hernando Vicente Escobar publicó en 2011 un hermoso libro de textos y fotografías sobre los momentos más emblemáticos de la ciudad, “Recuerdos tulueños”, lo llamó.
Omar Franco acaba de hacer pública una versión de la “Carta suicida” donde se da cuenta de buena parte de la llamada Violencia Política en la ciudad. Y la lista sería interminable.
Por eso llama la atención que el Centro de Historia de Tuluá y la Cámara de Comercio de la ciudad estén promocionando el libro “Miradas a Tuluá” de José Edier Gómez y Mauricio Muñoz Vargas, como el “Primer libro de ciudad” * que se hace sobre Tuluá al que no dudan en llamar “Un hecho histórico”.
No me cabe duda que el libro en mención es un texto digno de alabanza, con un contenido en fotografía y en información que lo convierten en un gran aporte para la promoción de la Villa de Céspedes, pero de ahí a que sea el “Primer libro de ciudad” hay una gran diferencia, como la que existe entre una publicidad veraz y una publicidad engañosa.
Y esta diferencia la deben saber muy bien las entidades que faranduleramente promocionan “Miradas a Tuluá”.
El Centro de Historia no se puede permitir deslices que ponen en cuestionamiento el rigor de su razón de ser, la seriedad y el sentido ético que debe regir todas sus actuaciones y la Cámara de Comercio porque según creo es la entidad que debe velar por prácticas comerciales correctas.
Y es una lástima porque el libro no necesitaba de estas argucias.
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NTC ... ENLACES: 
* Fuente de la imagen: 
https://www.facebook.com/camaratulua/photos/a.332352996926118.1073741828.332338006927617/484370028391080/?type=3&theater

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NOTA de NTC …:
No es de sorprenderse con esta nueva manifestación del “síndrome adánico”,    cuadro clínico que consiste en ignorar olímpicamente aportaciones básicas y contribuciones anteriores.
Hace pocos meses escuchamos, en un prestigioso hotel de Cali, a un muy reconocido escritor colombiano diciendo que “con este concurso de novela se volvían a suceder, después de muchos años,  destacados actos culturales en Cali”.
Y en el mismo sentido leímos recientemente un editorial de un periódico cultural universitario en el cual, refiriéndose a otras actividades, se afirmaba que “estaba renaciendo la Cultura en Cali".
Sopesadas las diferencias, bueno sería que estos nuevos “creadores del mundo” se remitieran a la célebre expresión de Bernardo de Chartres: "Somos como enanos a los hombros de gigantes. Podemos ver más, y más lejos que ellos, no porque la agudeza de nuestra vista ni por la altura de nuestro cuerpo, sino porque somos levantados por su gran altura.”  
La cita se suele atribuir a Isaac Newton ...  ( 1 )


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lunes, 23 de noviembre de 2015

TULÚA, SU PERPECTIVA Y DEVENIR. Por ARMANDO BARONA MESA. Nov. 19, 2015

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TULÚA, SU PERPECTIVA Y DEVENIR   

            
                                  ARMANDO BARONA MESA
https://www.facebook.com/gabriel.r.arbelaez/posts/10153332807018721?pnref=story

Texto leído en 
"Tuluá y el Centro del Valle: una historia por contar" 
SIMPOSIO, Versión II*
Y publicado en el Boletín No. 50, Nov. 2015 del
Centro de Historia de Tuluá



         Valoro en alto grado la gentil invitación que me hace el Centro de Historia de Tulúa al cumplir sus treinta años de existencia, para venir a disertar hoy, ante tan dilecto y culto auditorio, sobre esta ciudad tan cerca a mis afectos familiares, y sobre sus gentes tradicionalmente afables y sencillas, en una perspectiva histórica que marca por sí misma su devenir presente y su futuro.

         Esta Tuluá, que atesoro en aquellos recuerdos infantiles, cuando venía al despertar de mi primera infancia a visitar a mi abuela que vivía en una casita del barrio Sajonia, que recién iniciaban, y en la que salía a caminar y correr por los potreros, en compañía de una prima de mi misma edad, metiéndonos en las cañadas de cristalinas aguas que surcaban el terreno amplio y plano, cogiendo mangos biches casi silvestres, y guásimos que también comíamos, con la ansiedad de quien está conociendo los primeros caminos y campos de la vida. Vimos allá, a la distancia del ojo, los pájaros variados. Supimos lo que era el chamón, un revejecimiento tropical del cuervo, con sus leyendas tormentosas, aun sin haber leído a Edgar Allan Poe. Pasábamos el río y estábamos al lado del Gimnasio del Pacífico donde había estudiado mi padre, y en nuestro paseo llegábamos ansiosamente al parque Boyacá y a la Calle Sarmiento y allí, en compañía de una tía, veíamos una película –todas las películas eran maravillosas-, en la función matinal del teatro del mismo nombre. La espléndida jornada se cerraba cuando disfrutábamos de unos popsicles -nombre inglés que solo se pronunciaba en Tuluá- que traían de Cali, con todos los sabores de la crema dulce y fragante de variadas frutas.

         Oh, qué bello es recordar hoy, con el cabello blanqueado por el tiempo, lo que eran esos años de esta ciudad apacible pero vibrante, empujada hacia un progreso que entonces variaba de un año para otro con un inusitado ritmo cosmopolita. Sí, yo amaba las vacaciones en esta ciudad en la que también me desvelé oyendo el canto del búho en noches eternas en que ese canto misterioso se me confundía en la imaginación con el sonido del Pollo Malo, cuya presencia me estremecía de miedo, pero era consecuencia de la sesión de cuentos de la tarde anterior, que le pedíamos al abuelo con insistencia y que él contaba con su voz de conocedor de todas las historias y los tiempos. Y la comida típica y sencilla de los huevos revueltos con cebolla y tomate, que se llamaban y siguen llamándose pericos, el sancocho infaltable de todos los días, los fríjoles con yuca y maduro y el arroz blanco y humeante que hacía la abuela, con sus pasos lentos en la cocina y su hablado cansino de acentos musicales. Nunca olvido el sudado de barbudo que mi padre compraba recién pescado en el río tutelar de aguas grises. Ni los tamales que se encargaban cerca del Gimnasio, con sabor a hoja de plátano, a carne de cerdo, a papa, a masa y a gloria que no se volvieron a ver.

        
Ese Tuluá de mi memoria, donde nadie mataba a nadie ni robaba de día ni de noche, puede seguir existiendo sin intermitencias para los tulueños como ustedes, porque siempre fue así y no puede ser distinto. Gentes buenas que se juntaron a través de caminos que hasta aquí llegaban y aquí se difuminaban con el tiempo, sin que marcaran la ruta del regreso. Y digamos que de los pasajes de violencia que ensombrecieron la historia de finales de los años cuarenta y del cincuenta, hoy solo tienen presencia en la literatura magistral de Gustavo Álvarez Gardeazábal, que las captó para guardarlas en páginas imborrables, y del médico Daniel Caicedo, que antaño las reprodujo en su estremecedora obra  Viento Seco.

Esos sucesos fueron un paréntesis de pálido terror en el que  unos pocos malos ahogaban en pavor a muchos, muchísimos buenos que jamás cambiaron su condición honrada ni la cambiarán en el futuro.

         El espíritu de los tulueños lo recuerdo con los recuerdos de mi padre. En unas elecciones encendidas por la división del partido liberal iban a enfrentarse en la plaza de Boyacá dos bandos ardidos de pasión, esgrimiendo palos y pancartas, cuando el doctor Tomás Uribe Uribe salió de su casa y cargado de autoridad se puso en el medio de la masa enfurecida. Levantó sus brazos mientras ordenaba con vehemencia: "A ver mis muchachos, todos se devuelven y se van para sus casas". Y el pueblo, bajando las pancartas y los palos, daba media vuelta para obedecer al patriarca.

         Era la época en que desde el Gimnasio salían las voces sabias de un profesorado que brillaba en las ciencias. Mi padre era condiscípulo de Libardo Lozano Guerrero y de un loco ardiente, periodista festivo que sacaba escrito en mimeógrafo un periodiquito llamado El Gato. Era Francisco González, a quien todos conocían como Frisco y al que más de uno le dio unos cuantos pescozones por sus burlas y cuchufletas. Ah, y había llegado de Bogotá el doctor Fallon, profesor de literatura e hijo del gran poeta romántico Diego Fallon, que recitaba de su padre los mejores versos a la luna que se hayan escrito en Colombia: "Ya del oriente en el confín profundo, / la luna aparta el nebuloso velo, / y leve sienta en el dormido mundo/ su casto pie con virginal recelo..."

         Ah, tantos amigos y conocidos he tenido en esta tierra de don Juan Lemos de Aguirre. Por solo recordar a algunos he ahí sus nombres: Doña Gertrudis Potes a quien vi desde lejos con su legendario bastón de mando, Salustio Victoria, cuyo recuerdo del mejor orador que existiera me ha llegado con su desempeño como Contralor General de la República, el general Francisco Rojas Scarpetta, gran militar y Registrador Nacional del Estado Civil, el doctor Absalón Fernández de Soto, ministro de gobierno, magistrado del Consejo de Estado, gobernador dos veces de Valle del Cauca, a quien conocí yo siendo estudiante cuando el Tribunal de Buga me nombró Juez Municipal de Riofrío, el senador Libardo Lozano Guerrero, también gobernador, Jorge Enrique y Julio Romero Soto, ambos ilustres magistrados y grandes juristas, el hombre cívico por excelencia Federico Restrepo White, padre de mi gran amigo Jorge Restrepo Potes, el doctor Germán Cruz Perdomo, gran abogado y padre del también amigo entrañable Fernando Cruz Kronfly, el gran escritor Enrique Uribe White, el rector Saulo Victoria Viveros, el magistrado Néstor Grajales López, uno de los fundadores de la Universidad Central del Valle, el diputado Pedro Vicente Cruz Gaitán, el jurista Carlos María Lozano, otro de los fundadores de la Universidad Central del Valle, un sueño convertido en realidad, el escritor Fernán Muñoz Jiménez, Freddy Jaramillo compañero en el inicio de mis luchas políticas, el Ociólogo Hernán Moreno, filósofo de la nada,   el magistrado Marino Dávalos, el intrépido Ignacio Cruz Roldán, el abogado Jaime Chany Valderrama, los pensadores Oscar y Francisco  Londoño Pineda, mi viejo camarada de la Universidad del Cauca Arnulfo Arias, o la revolución inconclusa, el notario Pablo Victoria, los magistrados de la Corte Suprema de Justicia Lisandro Martínez Zúñiga y Dídimo Páez Velandia, el escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal que ha hecho de Tuluá una ciudad región casi como Comala o Macondo; y en la época actual el poeta Omar Ortiz que le ha dado un sitio poético nacional a esta Tuluá que recorre sus venas como la sangre.

Cuánto cabe de talento y mérito en la vida de estos hombres que dieron lustre a sus propios nombres y a la ciudad en donde nacieron y alimentaron sus sueños primeros. Estos hombres  que he citado fueron sencillos como la brisa de la tarde y lúcidos y transparentes como las mañanas. Siento que el evocarlos hoy a ellos y otros muchos que se me escapan, es como un acicate para las nuevas generaciones y como un estímulo para las actuales que alimenta el camino recto y el tránsito por la arisca senda de la vida.       

La historia de Tuluá se fue haciendo de manera imperceptible por todos los tulueños que en el mundo han sido. No hubo un acta de fundación. Ni un cabildo que la presidiera, ni un memorial, ni un decreto del  monarca español Felipe II o cualquiera otro. No. Perdido en la rugosidad de los tiempos pretéritos se habla de un capitán español de la conquista, don Juan de Lemos y Aguirre, quien con unas pocas tropas peninsulares y unos cuantos indios domados y sometidos, enfrentó a los feroces pijaos que extendían sus dominios hasta estos lares, y tomó posesión de las tierras que entre los ríos Cauca y Tuluá se extendían bajo los ramalazos del sol canicular y el encanto idílico de un valle feraz y hermoso, sin antecedentes ni semejanzas con tierra alguna de la Península.

Ya estaba abierta la gobernación española de Buga y a cargo del capitán español don Luis de Valenzuela y Fajardo, quien a pedido de Lemos de Aguirre le legalizó las tierras que ya había tomado, grandes por cierto, y en ellas fundó, lleno de ambiciones, una ciudad que llevara por nombre San Bartolomé Apóstol, que años después se cambiaría por San Bartolomé de Tuluá, en reconocimiento de los indios primitivos que habitaban la región. Era el 24 de agosto del año de 1639. 
                                                                
         No se inició una empresa fácil, como nada de la conquista lo fue. Don Juan Lemos de Aguirre, no era exactamente un buscador de oro, sino un desbrozador de caminos y pensó en dos grandes empresas, una que comunicaran a su ciudad y su zona con Quito, entonces capital. Los españoles habían usado hasta entonces las rutas trazadas por los pies descalzos de los aborígenes. Aguirre era un ingeniero natural. La segunda gran empresa era el camino de Barragán, rumbo a Cartago, ya fundada por don Jorge Robledo en 1540, y a Santa Fe. No fue esta labor una fruta comida.

Mientras estaba en esos menesteres hubo pocos cambios en el pequeño poblado, que estaba subordinado apacible y soñoliento a la jurisdicción de Buga durante muchos años. Una legendaria avenida del río Tuluá, sereno en apariencia como casi todos los ríos, obligó a cambiar el sitio del poblado por el actual, cerca al río Cauca. El otro cambio seguramente significativo fue la quiebra del soñador don Pedro Lemos de Aguirre en la construcción de sus caminos.

Con el traslado se construyó una aldea con una iglesia rústica y elemental consagrada a san Bartolomé, y alrededor se hizo una plaza y  se fueron levantando viviendas con techos de paja, para una población que crecía, especialmente por la llegada de numerosa población afro e indígena proveniente de Anserma, ciudad también fundada por Robledo. Y llegó a contar el villorrio con tres mil quinientas personas.   

Ya el 30 de agosto de  1739 se le nombró un cura a la iglesia, que subió un año después a la categoría de parroquia. Ninguna otra autonomía ni poder político propios ejerció, pues la supeditación a Buga era total. Solo fue treinta años después, en 1759, cuando los vecinos de San Bartolomé de Tuluá hicieron petición formal, mediante memorial y firmas ante el Virrey Solís, para que se les concediera el estatus de Villa y se le cambiara el nombre al poblado por el de Aranjuez. Pero la súplica fue denegada por la oposición de Buga y los vecinos de Andalucía, que entonces curiosamente se llamaba Folleco, y Los Chancos.

Empero, se les nombró, como una gran conquista, un alcalde pedáneo, que es el alcalde de una pedanía, como un caserío, dependiente en todo de la esfera municipal de Buga.
        
         Vendría luego, en 1778,  un movimiento rebelde, de armas tomar, que se llamó con desprecio por los españoles y los ricos  la sublevación de las plebes. Los negros y los indígenas de Llanogrande (Palmira) y Tuluá, coincidiendo con el  movimiento Comunero del Socorro, que seguiría por la misma causa hasta 1781, se rebelaron contra el visitador español don Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres, quien aumentó en 1777 los impuestos al aguardiente y al tabaco y ordenó, además, la construcción del camino hacia el Chocó, con la participación de toda la población indígena y negra y mulata de las dos poblaciones.

Todos los hacendados, miembros de una nobleza imprecisa que era la que reinaba en este Nuevo Mundo, temblaron cuando les hablaron de los machetes y las picas levantadas en movimientos iracundos por ese pueblo despreciable que crecía en furor y en número. Se pidieron refuerzos a otros municipios, que no llegaban.

Según el libro Tuluá, sus héroes y heroínas en la Independencia, del autor Jesús Iván Sánchez Sánchez, “El 22 de julio el cabildo de Buga dirigió el siguiente oficio a los Alcaldes Ordinarios y al Teniente de Gobernador de la ciudad de Cali pidiendo ayuga para reprimir la sublevación: Con ocasión de las listas que se han hecho y que tenemos para remitir, la plebe de este vecindario a la apertura del camino del Chocó se ha sublevado alguna parte o la mayor parte, especialmente la del partido de Llanogrande, y con su ejemplo lo tenemos de toda la jurisdicción, pues han pasado a convocar los del partido de Tuluá cinco mulatos con todas públicamente en esta forma, sino con un papel (explicando los motivos de la sublevación) que trajeron a uno de los cabos de la Compañía de los Pardos que se hallaban en la casa de don Fernando Vivas … Concurrimos pidiendo a ustedes… que los tengamos en esta ciudad el sábado o el domingo, por la mañana a más tardar.”  Los auxilios y la gente armada no se hicieron presentes, mientras crecía la amenaza y la angustia de los privilegiados.

Este movimiento, por supuesto, es un antecedente del movimiento independentista de 1810. Había una levadura de malestar con los privilegios de los españoles y el desprecio correlativo que se les aplicaba a los nacidos en estos vastos territorios descubiertos por Colón, quienes debían jugar la vida en un pentagrama de razas graduales, bien definidas según fuera el grado de mestizaje que ostentaran. Y terminó la sublevación de la plebe como también terminó el movimiento comunero de 1781, a base de diálogos engañosos y disuasiones.

Hubo sí una cosa positiva: el virrey Manuel Antonio Vélez Maldonado excluyó de la construcción del camino al Chocó de la protesta, a los negros, indios y mulatos de Tuluá y Llanogrande. O sea que en cierta forma habían ganado esta primera pelea.

Lo que siguió después fue esa quietud aparente de los pequeños pueblos en sus vidas sencillas, en las que  la alegría solo se daba alrededor de un tiple, una guitarra y unas copas de aguardiente, legítimo o de contrabando, que redimía el espíritu de la noria de la diaria rutina de los oficios. Pero por debajo, con todos los sigilos, se alimentaba el malestar contra los españoles. Era un pensamiento y un deseo altamente peligrosos. Los españoles ejercían un poder brutal. Al reo lo mataban varias veces y lo descuartizaban y exponían sus pedazos a las entradas de las ciudades como escarmiento futuro a los demás ciudadanos. Así se hizo con José Antonio Galán y Juan Francisco Berbeo y los demás comuneros.

En toda parte estaban frescos los acontecimientos que siguieron después de la traición del arzobispo Antonio Caballero y Góngora. Luego vino la muerte del recién llegado nuevo virrey a Santa Fe, don Juan de Torrezar Díaz, y la apertura de lo que se llamaba el “pliego de mortaja”, que previsoramente cargaban los virreyes de viaje donde dejaban establecido a su sucesor, en el evento de un fallecimiento. En el caso del virrey Torrezar Díaz, éste señalaba al arzobispo Antonio Caballero y Góngora como virrey. O sea que el pérfido y perjuro que había violado sus juramentos ante la biblia para inundarlos de sangre, asumiría conjuntamente los dos más altos cargos que en América pudiera ejercer un destino humano: El Arzobispado y el Virreinato.

Claro, todos estos antecedentes cruentos y crueles por parte de las autoridades españolas habían determinado, conjuntamente con los escritos provenientes de la Revolución Francesa que también llegaban clandestinos, un ambiente  furtivo y sigiloso que se trataba de disimular por todos los medios, en favor de un nuevo destino, abiertamente independiente de la metrópolis. Lo que predominaba era todo un conjunto de opiniones que, estratégicamente dirigidas epistolarmente desde Londres por Francisco de Miranda a toda la América Hispana, como lo demuestro en mis libros Nariño y Miranda, dos vidas paralelas y Cali Precursora, buscaba aprovechar la coyuntura del apresamiento de Fernando VII y de su padre Carlos IV por Napoleón en la ciudad francesa de Ballona con la proliferación de cabildos que juraran fidelidad al rey, pero que en realidad buscaran, como realmente ocurrió, la autonomía de gobiernos que asumieron desde un comienzo el manejo de los asuntos públicos.   

Tuluá, sin ser villa ni ciudad autónoma, toma parte muy activa en los desarrollos que se fueron dando y que aquí, en el valle del Río Cauca, afloraron anticipadamente sobre Santa Fe el 3 de julio de 1810. Toda esta historia es larga y ya está escrita y no voy a intentar decirla en pocas palabras.

Pero hay que resaltar que cuando se crea por el mismo Cabildo de Cali y los cabildos de Caloto, Buga, Cartago, Toro y Anserma el 1º de febrero de 1811, en una secuencia directa con el acta del 3 de julio, una organización política que se denomina inicialmente las Ciudades Amigas, en realidad lo que estaba naciendo era una Confederación en busca del gobierno regional, con armas republicanas y decisión de mártires, encabezados por unos valientes y patriotas listos a vencer o morir. Y allí estuvo Tuluá con su alcalde pedáneo, el prócer Joaquín de Victoria, encargado del reclutamiento, y estaban el capitán tulueño Pedro Pablo de la Cruz.

Sobresalió desde un principio el sabio y valiente sacerdote Juan María Céspedes, quien había hecho parte de la Expedición Botánica y mostró su gran patriotismo como un símbolo viviente de las gentes de esta tierra tulueña. Y es preciso recordar a aquella mujer, encendida de heroísmo y valor, ella sola un ejército, que se llamó y se llama porque para la patria no morirá, María Antonia Ruiz. Era negra y era esclava.

Y es después de consolidada la independencia cuando finalmente se le entrega a Tuluá su carta de naturaleza municipal o calidad de Villa. Antes de producirse la reconquista de don Pablo Morillo y sus terribles enviados, ya lo habían intentado infructuosamente una vez más ante el cabildo de Buga, más resistente que los mismos españoles. Seguían contando los bugueños con el apoyo de Los Chancos, Bugalagrande y Folleco, que se repite, era como se llamaba la hoy Andalucía. 

Fue entonces cuando el cabildo de Cali, que ejercía un liderazgo claro en la época de las Ciudades Confederadas, resolvió en 1814 hacer ese reconocimiento de Villa, que también extendió a Llanogrande. Reconocimiento patriota muy valioso, pero sin duda efímero. Ya estaban encima todas las desgracias y el patíbulo para los patriotas, en esa época horrenda de la Pacificación o Reconquista.

Luego, ya en la República, el Congreso de 1824, a través del decreto del 23 de junio de ese año, erigió a Tuluá como uno de las cantones de la Gran Provincia de Popayán. Pero los cantones también desaparecieron al poco tiempo.  O sea que la lucha continuaba; y ya fue en el año de 1857 cuando se dictó la ley 20 del 21 de diciembre, expedida por la Asamblea Constituyente del Estado Soberano del Cauca, por medio de la cual se  creó la provincia de Tuluá, designándola como capital. Pero tampoco fue duradero, como que apenas se estaban decantando las instituciones y Diez años después, se disolvieron también las provincias.

El estatus de cabecera municipal solo fue definitivo cuando se creó el Departamento del Valle del Cauca en 1910, con su capital Cali. La ciudad de Tuluá, desde entonces, se convirtió en un municipio moderno del nuevo departamento, con el territorio que actualmente tiene. Han pasado desde entonces ciento cinco años.

Los vallecaucanos nos sentimos orgullosos de la ciudad de Tuluá. Ella nos enseña hidalguía, empuje cívico y progreso. Hoy tiene como emblemas una Universidad ejemplar que cubre el centro y el norte del departamento en los aspectos científicos y culturales y en la preparación de los jóvenes con un abanico abierto de posibilidades académicas en distintas profesiones liberales. Tiene además un estadio enorme y de verdad, y hay equipo de fútbol que descuella entre los grandes. Pero eso no es todo. Existe una red de vías modernas y un punto estratégico geográfico privilegiado. Es por eso que hoy Tuluá es una ciudad intermedia que se proyecta con un porvenir despejado, sin llegar a los problemas modernos de las megalópolis. Sabe manejar su población y siente el futuro sin temor,  como un gran desafío. Es por eso que hoy, como cuando yo era niño, siento el mismo orgullo de estar entre ustedes y me siento contento de ser  un amigo sincero de los tulueños.

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*** 19 de noviembre, 2015, Tuluá, 2:00 PM 
--- "Tuluá y el Centro del Valle: una historia por contar".  SIMPOSIO, Versión II. Invita: CENTRO DE HISTORIA DE TULUÁ *. Se contará con la presentación de destacados escritores e historiadores de la región. Igualmente, se realizará el  lanzamientos de libros alusivos a nuestra historia y del Boletín especial No. 50. DETALLES: Click derecho sobre las imágenes para ampliarlas en una nueva ventana. Luego click sobre la imagen para mayor ampliación  / * http://sites.google.com/site/centrodehistoriadetulua --- https://www.facebook.com/people/Centro-De-Historia-de-Tulu%C3%A1/100006043876216 ---  https://twitter.com/chtulua
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MENSAJES: 

De: gustavo alvarez gardeazabal
Para: Armando Barona Mesa
CC: Efrain Marmolejo Varela
Enviado: Lunes, 23 de noviembre, 2015 15:46:02

Asunto: tu vibrante escrito sobre Tuluá

Me ha llegado por NTC …  el vibrante escrito que hiciste sobre Tuluá para leer en el foro de historiadores celebrado la semana  anterior. Me siento, como tulueño, muy orgulloso no solo de leer esas páginas rememorables sino de haber sabido por ellas que tu gente se paseaba los potreros de Sajonia y tu hiciste ese peregrinar que yo en 1954 ya hacía para ir al colegio salesiano  desde la casa de mis padres, en la carrera 24, construida encima del lote que albergó la casona de Sajonia, donde los Uribe Restrepo, los de Federico Alejandro, el que fuera primer presidente de la asamblea del Valle, después de haber sido rector de la Universidad de Antioquia y haber engendrado en su primer matrimonio al dr Uribe Hoyos ( quien unos años después sería ministro de obras públicas de Abadía Méndez).
Hacíamos travesía por los mangones donde Napoleón Correa tenía sus galpones y todavía pastaban vacas de don Pacho Montalvo, que de viejo ejercía la carnicería que  aprendió a comienzos del siglo 20 cuando ejercía de jefe de vaqueros de don Jesús Sarmiento, el latifundista.
Mil y mil gracias por ese homenaje a mi pueblo y por permitir saber cuan ligado estas a ese paisaje
abrazo
gustavo alvarez gardeazábal
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De: Armando Barona Mesa 
Fecha: 23 de noviembre de 2015, 17:10
A
sunto: Re: tu vibrante escrito sobre Tuluá

Para: gustavo alvarez gardeazabal
Cc: Efraín Marmolejo, "NTC ... Poesía" ntc.poesia@gmail.com

Gracias Gustavo. Solo dí rienda suelta a mis más lejanos recuerdos. Allí lo digo todo mezclado por el afecto familiar de seres que fueron el sol de mi vivir, hoy cobijados todos en el alero esquivo del pasado, de la muerte, y de lugares que aun son míos, aunque siempre han pertenecido a otros. Yo era el dueño del paisaje, los otros de las tierras.  Ahora todos son fantasmas que ocupan el mismo sitio en el espacio de mis sueños perdidos.

Un fuerte abrazo, ARMANDO BARONA  

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