jueves, 1 de agosto de 2013

"Galería de espejos" y "Las plagas secretas" de Juan Manuel Roca en la 18 Fería Internacional del libro de Lima, Julio 2013

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Publica y difunde NTC … Nos Topamos Con 
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"Las Plagas Secretas" (cuentos), 

ambos de Juan Manuel Roca 
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Se presentaron, el 27 de Julio, 2013,  
por los poetas peruanos Giovanna Pollarolo y Enrique Sánchez Hernani,  
en la 18 Feria Internacional del Libro de Lima * (FILL)
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 En la mesa:  Enrique Sánchez Hernani, Juan Manuel Roca y  Giovanna Pollarolo.
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Agradecemos las fotos a Alexander E. Bravo García Coordinador de Prensa e Imagen . Cámara Peruana del Libro .  Lima  imagen@cpl.org.pe . www.cpl.org.pe . www.fillima.com.pe 
Y la colaboración de  Jaidith Soto Caraballo ,  Directora Ejecutiva,  Kimochi Gestión Cultural. Coordinadora de Exposiciones en la FIL Lima 2013, jaidiths@yahoo.com

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TEXTOS PRESENTADOS Y LEÍDOS


El placer de leer: dos libros de Juan Manuel Roca en la FIL de Lima
Por Giovanna Pollarolo ( 1 )
Me mandaron dos libros de Juan Manuel Roca el día anterior a mi viaje a Buenos Aires. Uno sobre poesía colombiana; el otro, Las plagas secretas, un conjunto de cuentos. Los metí en mi mochila y partí.
Empecé con Galería de espejos. Una mirada a la poesía colombiana del siglo XX, porque su título anunciaba un contenido más teórico, de estudio. O sea, más aburrido. No fue así. Galería y luego Las plagas secretas fueron mis compañeros en el avión y en las largas esperas en los aeropuertos.  No las sentí  largas ni ruidosas ni agobiantes. No me di cuenta del tiempo, de los vaivenes del avión, del calor ni del frío gracias al placer que me produjo la lectura de ambos libros.   
Comenzaré con Galería, un libro que merece elogios por más de una razón y eso es lo haré: elogiarlo. Y diré por qué.
Juan Manuel Roca anuncia que quiere “hablar de la poesía colombiana” y el verbo usado es preciso: hablar. No va a hacer una antología; no se va a erigir como un juez que celebra a unos y condena al silencio o ataca a otros.  Va hablar, va a buscar en “los pajares de la historia” a poetas y poemas que a su juicio; y sí lo dice con claridad “que a mi juicio…son emblemáticos de nuestra historia” (9). Y esta decisión de “hablar” y no “antologar” merece mis más sinceros elogios. Y es que usualmente las antologías se limitan a seleccionar y a excluir autores;  y una vez hecha la selección proceden a incluir poemas representativos en una extensión que varía según la importancia: muchas páginas a los realmente importantes, la mitad a los un poco menos importantes y así hasta llegar, tal vez, a la media página: dos poetas por página. 
El libro que nos entrega Roca está lejos de ese espíritu catalogador, sea de inventario que incluye a todos o de juez que premia con la inclusión o condena excluyendo; como si de lo único de que se tratara fuera de un concurso en el que unos ganan y otros pierden. Pero ocurre que la poesía, los poetas, los poemas, no nacen en el aire, fuera de la vida, ajena. Los poemas y los poetas, aunque no quieran, hablan de su época, hablan con el pasado y con el futuro de distintas maneras, tienden redes,  preguntan y responden. Y Roca indaga en esas redes, en esos vínculos que ya sea por rechazo o por identificación, las generaciones descartan o emulan, admiran o cuestionan.  Y acá están esas historias  que Roca desvela, “piezas que se juntan”, nos dice; redes, he dicho yo; y estamos hablando: “para armar un mural que se irá configurando a través de miradas grupales y semblanzas de algunos poetas, de anécdotas y fragmentos de ensayos, de opiniones propias y ajenas y, por supuesto, de una serie de poemas que irán encabalgados al tiempo de aparición” (9).
El mural que quiere construir Roca es el de la que llama “Poesía moderna” que a su juicio, y el consenso existe, se inicia en el siglo  XIX con Rafael Pombo y José Asunción Silva. Cada etapa, cada grupo de poetas que surge a lo largo del siglo XX es referido por Roca desde una perspectiva histórica, social, estética y en referencia a su relación con el pasado. Pero no se crea, y esta es otra razón para celebrar este libro, que estamos ante una información enciclopédica o escolar, con subtítulos para cada tema y que al final uno no cómo relacionarlos. No. En este libro, los procesos son narrados desde una voz conversacional que entabla con el lector un diálogo ameno pleno de anécdotas, datos biográficos,  reflexiones, información que relaciona a unos poetas con otros y todo ello acompañado con poemas que Roca ha seleccionado cuidadosamente y cuya lectura va guiando con breves comentarios, --escritos desde su propia poética, su manera personal de concebir la poesía—que nos ayudan a conocer y a entender mejor y a la vez   nos permite un acercamiento directo al poeta referido.
Asimismo, expone con transparencia y claridad sus juicios que van mucho más allá de “el mejor”, “el gran”, o “poeta menor”, “irregular”; en fin, los típicos adjetivos con los que la crítica suele encasillar a los autores. Roca aborda la obra, analiza, compara, contextualiza, expone, juzga, corrige sus propios juicios, se involucra como el protagonista que es de la poesía contemporánea sin pretender ser “objetivo”; pero esforzándose también para hablar más allá de sus pasiones, en calidad de testigo.
Por ejemplo, cuando se refiere a José Asunción Silva, enuncia sus reparos y nos enseña a encontrar las virtudes de una poesía que hoy nos puede sonar “grandilocuente”; cuando habla de Álvaro Mutis se rectifica con honestidad: “Durante un tiempo, tiempo de juvenil radicalismo, me molestó una estancia de su poesía, aquella que al unísono con esta herida que es su visión del mundo, sacralizaba a los reyes, festejaba una dinastía de monarcas…Ahora creo, a lo mejor, que eso fue un mal chiste suyo hecho a espaldas de Maqroll el Gaviero” (157); o, cuando se refiere a poetas que son sus contemporáneos, o coetáneos y las diferencias son, han sido, evidentes hasta la confrontación, no las calla pero tampoco silencia a sus “enemigos” ni los agrede. El “Retrato del grupo del nadaísmo” (33-38)  muestra la claridad de los juicios, el relato de anécdotas, las opiniones expresadas con transparencia, la manera como se involucra como testigo y protagonista.  
Testigo de parte, diríamos, lugar desde donde analiza, destaca errores y virtudes, elabora conclusiones desde una mirada personal y “un sano eclecticismo”, traza un panorama tan completo “moviéndose entre el ensayo y la historia” que, me atrevo a decir,  va más allá de dar cuenta de la historia de la poesía del siglo XX. A través del mural que construye Roca, entendemos mejor la historia de su país, Colombia, y también, en cierto modo, nos permite entender la nuestra.  Cuánta falta nos hace una aproximación a nuestra poesía con ese espíritu ameno, conversacional, desjerarquizado y generoso.  
“Mi deseo es que este libro, que encierra múltiples y diversas reflexiones sobre la poesía, recordando que ni ella ni la historia tienen por qué ser aburridas, pueda ser leído por amantes del tema y, muy fundamentalmente, por profesores y estudiantes críticos y exigentes” (15), escribe Roca en el prólogo, y debo decir, sin ninguna duda, que su deseo ha sido cumplido con creces.
Sobre Las plagas secretas, diré que es un bellísimo libro que reúne un conjunto de catorce cuentos cuyas historias hablan, como la poesía, de asuntos que no están en la superficie. Son grandes metáforas de  diversos temas relacionados con la creación, el lenguaje, la violencia, el exilio y plenos de referencias intertextuales e históricas.  El que le da título al conjunto, por ejemplo, es una carta del narrador a Juan Rulfo, escrita “en cualquier esquina de Comala” donde las balas  “llevan más de un siglo sobrevolando”. Y Comala es Colombia y es el Perú y es América Latina. Y el narrador le pide a Rulfo ¿o será a Juan Preciado? “Ojalá pueda usted, que sabe de embrujos y trasmundos, leer estas líneas” (56). Las palabras escritas no llegarán, parece, porque una escuadra de hormigas las transporta como granos de azúcar o de trigo “hasta las hojas foliadas de un cuaderno donde me inician un prontuario”, advierte el narrador, para señalar que las palabras muchas veces llevan al engaño cuando son manipuladas y puestas al servicio del engaño y la mentira. La escritura de Juan Manuel Roca nos invita a aprender a leer más allá de la superficie, a aprender a preguntar, a cuestionar a las hormigas que las llevan y traen, a ser otra vez dueños de la palabra.  
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PALABRAS CELEBRATORIAS PARA UNA GALERÍA DE ESPEJOS

Por Enrique Sánchez Hernani ( 1 )

Hace poco más de veinte años, junto a otros poetas peruanos, fui invitado a participar en el I Festival Internacional de Poesía de Bogotá. A mi arribo por primera vez a Colombia, las sorpresas fueron múltiples. Hasta entonces había tenido un fugaz pero prometedor romance con la poesía colombiana.

En 1977 mi amigo Carlos López de Gregori, me envió una antología de tapas oscuras, preparada por Fernando Garavito, llamada “Diez poetas colombianos”. Uno de los antologados era un poeta que me llamó la atención, un tal Juan Manuel Roca. Por esos mismos años, en Lima, pude conseguir poemarios de Gonzalo Arango, Jotamario Arbeláez y de un misterioso poeta que se hacía llamar X-504.

Tiempo después, en 1987, en un viaje a La Habana, entre otros libros de poesía, adquirí uno de la Colección La Honda de Casa de las Américas, llamado “País Secreto”, también del poeta Roca, que movió más mi interés. Allí, el poeta hablaba de “mujeres diestras en cosas siniestras,/ que pasan el días en estaciones ferroviarias”, de “fantasmas que galopan en caballos blancos”, de “ladrones nocturnos/ que descienden por los techos del alba”, de una “extraña mujer con voz de agua” y otros seres abisales. Confieso que, entonces, a la distancia, le tomé afecto.

Por esos cuando viajé por primera vez a Bogotá, uno de mis mayores intereses era conocer a Roca, cosa que felizmente pude hacer cuando el poeta nos recibió en su casa, rodeado de otros poetas, de tacitas de tintico, copitas de aguardiente, muchachas que se exhibían como flores, un aire que se estremecía y la luz inolvidable de la tarde. El poeta Roca, con apostólica amabilidad, departía con todos, sentado en una grave poltrona que podía ser perfectamente un trono pontificio.

Después lo vi en Medellín, cuando acudí a participar en el célebre Festival Internacional de Poesía, y luego en nuestrra capital, cuando vino a un evento preparado en la Universidad de Lima y me tocó el honor de presentarlo junto al poeta mexicano Alejandro Aura, al argentino Juan Gelman y al peruano Francisco Bendezú.

En todo ese tiempo, en mis lecturas de días lluviosos como estos, o en los alumbrados por el sol del verano, he podido reconocer que la poesía de Juan Manuel Roca es una de las más gravitantes de América Latina. Guardo con afecto su edición de 1991 de “Luna de Ciegos”, que me dedicara en Bogotá, una antología de los libros que había publicado hasta entonces, donde su poesía reverbera sobre la implacable superficie del lenguaje, con imágenes fulgentes y cuyo estremecimiento nos lleva de la mano a paraísos inexplorados y amables.
Por eso, es para mí un nuevo honor poder presentarlo a ustedes esta tarde. Juan Manuel Roca, como quizá ya conocen, nació en Medellín y es un poeta a tiempo completo y a libro batiente. Ha dado a conocer, entre libros individuales y antologías de su obra poética, una treintena de volúmenes de poesía, uno de los últimos su “Biblia de Pobres”, que ganó el IX Premio Casa de América de Poesía Americana. También ha publicado narrativa y ensayo, además de haberse desempeñado como periodista cultural cuando dirigió con ecuménica eficacia el suplemento “Magazín Dominical” del diario “El Espectador”. Tiene una larga lista de reconocimientos académicos y literarios, y sus amigos son una legión que desambula feliz por el mundo.

Como Roca no solo es un poeta de enorme valor sino un generoso difusor de la obra de sus colegas, ahora nos ofrece un libro precioso: “Galería de Espejos”. Una mirada a la poesía colombiana del siglo XX en la poesía de Colombia, donde se repasa la obra de cada uno de ellos y los aspectos biográficos que nos facilitan su entendimiento.

El estilo de la prosa con la que ha sido escrito es ejemplar; es distante del lenguaje ampuloso y recargado de los académicos, y más bien respira pasión y un fervor genuino por la poesía, dándonos claves para resolver los enigmas en los que descansa el lírico trabajo de las musas.

En este libro está todo el altar mayor de la poesía colombiana. Figuran, por ejemplo, José Asunción Silva, el fundador de la moderna poesía de Colombia, cuya casa en La Candelaria acoge a los poetas de todo el mundo. Está el antioqueño Porfirio Barba Jacob, poeta de enorme vitalidad y exotismo, que murió desterrado en México. También Luis Carlos López, a quien en la tertulia amical apodaban “El tuerto” a causa de su bizquera y que hizo de su poesía un ejercicio irónico de la burla social.

Aparece León de Greiff, a caballo entre el romanticismo y cierta herencia modernista, con sus poemas de enorme sentido musical. También Luis Vidales, poeta marxista y tío materno de Roca, lleno de humor y de vida, y amigo de Pablo Neruda, a quien conoció en su exilio chileno. Está luego Aurelio Arturo, que con su único pero intenso libro “Morada al Sur” se insertó en el canon poético de su patria. También figura Fernando Charry Lara, que entendía la poesía como un puente tendido entre el sueño y la vigilia.

Viene así mismo Héctor Rojas Herazo, un lírico cuya poesía era un ejercicio de vitalismo. Después está Álvaro Mutis, que también es novelista y padre de esa numinosa criatura llamada Maqroll el Gaviero. También está Jorge Gaitán Durán, “sensorial y vigilante”, como le llama Roca, muerto prematuramente en un accidente aéreo. Y así podríamos seguir nombrando a todas las luces del parnaso colombiano, a las estrellas ordenadas y a los luceros díscolos, como los nadaístas Jaime Jaramillo Escobar y Jotamario Arbeláez, o Raúl Gómez Jattin, arropado en los brazos de la demencia y una radical marginalidad. La lista es larga: Giovanni Quessepp, Raúl Henao, Jaime García Maffla, María Mercedes Carranza, los Jaramillo (Darío y Samuel), Omar Ortiz o Rómulo Bustos, entre muchos más.

Por suerte, y debido a las generosas invitaciones que he tenido para viajar distintas veces a Colombia, he conocido personalmente a muchos de los nombrados y con algunos tengo, incluso, grata amistad. Por esa cercanía soy uno de los persuadidos de la necesidad de leer a profundidad la poesía colombiana, que es un gozo que nadie debería prohibirse. Este estudio de Roca es un excelente abrebocas a ese festín y actúa con un conocimiento extenso en la materia.

No me explayo más. Solo deseo reiterarle la bienvenida a Lima al poeta Roca. Que venga muchas veces en el futuro, que nos traiga su poesía, la de sus congéneres, su cordial amistad, que aquí le estaremos esperando para avivar las candelas sagradas de la palabra e iniciar una misa personal donde rogaremos por todas las almas de la poesía.

Lima, julio de 2013


             
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