domingo, 29 de julio de 2007

Homenaje de la Universidad del Valle
MI "DOCTOR" QUERIDO

ENRIQUE BUENAVENTURA
Alfonso Bonilla Aragón
EL PAIS, Cali, Julio 22 de 1977.
Reproducido en GACETA (El País de Cali), “El País hace 30 años”, Julio 22 de 2007 , Pág. 17
Reprodujo y difunde: NTC … Nos Topamos Con … http://ntcblog.blogspot.com/ , ntcgra@gmail.com, gaboruizar@hotmail.com . 29/07/2007
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Pie de foto: El rector de la Universidad del Valle, Alvaro Escobar Navia, entrega el título de 'Doctor Honoris Causa' a Enrique Buenaventura.

Comenzamos a ser originales. ¡Loado sea Dios! El título de 'Doctor Honoris Causa' había sido conferido, prescindiendo de salvables excepciones, con propósito distinto de destacar méritos insignes en el favorecido.

Forzado a hacerlo doctor, puesto que los estatutos no prevén otra distinción, bien hizo el rector de la Universidad del Valle, Dr. Alvaro Escobar Navia, al destacar de ese modo la obra de Enrique Buenaventura. Si cuando Enrique nació en muy dramáticas circunstancias frente a la 'Pila de Crespo', no hubiera existido el teatro, lo habría inventado. No he conocido apasionamiento visceral por un oficio como el de Enrique por la escena. Al abrir los ojos descorrió un telón, y solo lo cerrará cuando muera.

Pocos encontraron tanta dificultad. Huyó de Cali porque su ciudad sólo le ofrecía las esporádicas oportunidades de unas compañías teatrales que hasta nosotros llegaban a revivir dramones. En una época en que el teatro europeo comenzaba a vivir profundísima revolución y en España se tenía el pudor de acudir, por lo menos, a Lope, Tirso y Calderón, nuestras mayores audacias llegaban a Benavente y a Guimerá.

En Bogotá no era distinto el subdesarrollo. Agravado allí por la peste del teatro costumbrista, anzuelo que pican fácilmente las audiencias desavisadas. Entonces, muy cervantinamente resolvió aprender teatro con el pueblo que es el único y final maestro. Anduvo por Haití y el rito del budú lo bañó con su bocanada de misterios africanos. En Martinica se emborrachó con ron y predicó contra el colonialismo gabacho. En Trinidad danzó calypso con mulatas de senos saltarines. Pasó por Cayena con las narices tapadas y comenzó su gran aventura brasileña. Lo que Enrique sabe de expresión corporal y de representación no se lo dieron los libros sino el pueblo de Paraiba, de Natal, de Recife, y sobre todo de Bahía. En esta ciudad abscóndita, de piel profunda, se remontó navegando por la sangre inextricable, hasta la verdad de América. Entendió el drama de los aborígenes, de los negros, de los cuarterones y mestizos, de los portugueses frustrados, de los holandeses a quienes sólo quedó de antiguos poderíos su adicción a la ginebra y a las mórbidas ancas de las mulatas. Cuando llegó a Río de Janeiro era doctor en humanidades, pero en las del hombre, no en las de los doctores. Después Buenos Aires le enseñó la técnica del teatro. Creo que don Pedro de Mendoza al fundar a Santa María del Buen Ayre, destinó un lote para la Iglesia, otro para fuerte, e el de más allá para corral de teatro. El teatro de Buenos Aires no es una afición, sino una pasión. Y así salió Enrique Buenaventura para hacer lo que pudiera, y algo más por su país y por su pueblo.

Conozco sus logros innumerables. Es de los pocos colombianos conocidos en Europa: Botero, Obregón, Puyana, García Márquez. Sin embargo, algo se está debiendo a sí mismo: trascendencia. Lo veo sometido en demasiados localismos. Sumergido en quisicosas de plazuela. El teatro es política, como lo supieron los griegos, Shakespeare, Lope, Calderón, Moliere y todos los grandes. Pero la política acaba con el teatro, porque lo convierte en declamatorio. Además, con la política llegan los activistas que suelen ser sujetos sin ninguna actividad. Más allá de los grupillos mismos, está el pueblo y sobre todo la juventud que espera llegar al pueblo. Plausible que se haya representado la quinta o sexta versión de "A la diestra de Dios Padre". Pero Enrique Buenaventura nació para que con él naciera el teatro de Colombia. Así es, “mi doctor querido”.